Y la aceptación del mismo.
Me ha costado casi más de treinta años aceptarme. Solía
esconder las carcajadas gritonas, las ganas de bailar, las conversaciones en las
que me daba miedo preguntar cuando no entendía.
Pero ya no. Esto es
lo que tengo para ofrecer, no me guardo nunca nada, aunque muchos me lo
recomienden.
Igual puedo estar bailando como una loca al son de Kool and
The Gang que llorando sin control con Goodbye my lover; y no saber nada acerca de cualquier grupo que
me acompañe en algún tarareo. Me puede encantar leer a Del Toro pero tenerle
manía a Umbral. La mayoría de citas filosóficas (o con chicha, que me gusta
decir a mi) las anoto al principio o al final de algún capítulo de mentes
criminales. Puedo pasar horas escuchando podcasts de HistoCast que pasar horas
riéndome a lágrima viva con Pelulazas con sus escenas que les pusieron el nabo tierno.
Puedo razonar acerca de la finitud del universo como puedo
mantener una conversación soez hablando de lefa, pitos, mierda y demás (que no
hace falta que siga). Puedo apreciar una
buena cerveza pero no sé nada de ginebras ni de vinos cosechados en tierras
poco ácidas, porque, al fin y al cabo, va todo para adentro. Soy lo más arisco
cuando me invade la inseguridad o la incerteza pero lo más dulce y tierno
cuando aflora ese esfuerzo de seguir siendo aquella chiquilla que quería ser
astronauta, bióloga marina, bailarina, cantante, dibujante, fotógrafa y cocinera de chuches.
Puedo ser lo más simple y la persona más práctica y a la vez
creer firmemente en la magia, el destino, y en que hay unos átomos, vagando por
ahí, que aman a los míos des del principio de los tiempos. Y últimamente,
también, en la movida del universo (y bla, bla, bla) de la que ya os he
hablado.
Desde que he empezado a aceptar mis defectos como parte de
mí, me va mejor que cuando los intentaba esconder.
Así soy yo. Un lunes por la tarde.
No hay comentarios:
Publicar un comentario