Cohibida.

Así me sentí ayer.

Y  hacía tanto que no me sentía así que hasta mis cervicales se resintieron por la noche.

Y es que cuando una sale de su zona de confort todo se vuelve difícil, a medias, pero difícil. Mi común verborrea desapareció casi por completo y solo me era fácil mirar y observar. Observar todo, desde un lunar cercano al lagrimal hasta las motas de polvo que revoloteaban en el haz de luz que se colaba por la puerta del Café Belgrado, mientras me tomaba un té verde con menta que me calentaba hasta las pestañas.

Un domingo más, diría, un domingo especial, como todos en los que no me falta el té al sol, el olor de la librería y el vermouth con sabor a chanson en El Siglo.


Tampoco faltó la tarde de sofá. manta y peli. Y lo de la manta en mi casa no es un tópico, que este año las temperaturas empiezan a ser insoportables... Miedo me da que llegue febrero.

Pero a lo que íbamos, La grande Bellezza, co-escrita y dirigida por Paolo Sorrentino. Creo que podría explicarla de muchas formas diferentes según con los ojos que quisiera contar lo que sentí. Pero os insto a que la veáis.



A ratos me sentía triste, por la decadencia de los personajes, a veces divertida por las miradas empapadas en gintonics (y otras cosas) o tierna por la simplicidad de darme cuenta de que, como pasa en la película, al final, es todo un truco.

La vida, que dicen.

Feliz víspera de reyes.





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