Dormir.

Cosa que este fin de semana escaseó en mi agenda.

La noche del viernes por voluntad propia y la del sábado por extrañeza.

Cuando se vuelve al mundo de la soltería, y en mi caso a la independencia en soledad, tienes que afrontar retos diarios. Y uno de ellos es volver a dormir con alguien. Con alguien no, con un hombre. Con un hombre con el que, por H o por B, acabas revolcándote. Con un hombre que, por H o por B, entre revolcón y revolcón hablas de cuestiones como backups de experiencias y pensamientos para permanecer más allá de la muerte o de la finitud del universo.

Y es inquietante, después de más de un año sin tener a nadie al otro lado de la cama, darse la vuelta y notar un cuerpo caliente justo ahí (lo sé, si fuera un cuerpo frío me preocuparía por mi misma y mi estado mental y de necesidad de compañía). Por supuesto, no tiene nada de malo pero si lo tiene de raro. Estirar las piernas para acabar con unos pies enredados y un brazo a su vez siendo almohada con fin en unas manos enlazadas.

Ya no es el hecho de compartir la noche si no el echo de compartir lecho lo que no me dejó dormir demasiado. Supongo que más por la falta de costumbre que por exceso de fantasmas... Y también por los "y si..."

Y si ronco?

Y si me tiro un peo de esos de dolby surround?

Y si me levanto con una cara de mierda horrible?

Y si me pongo el pijama de Star Wars y me mira como a una loca? (esto, ciertamente, es lo que menos me preocupa)



Después de mil vueltas, sudar como un pollito y leer un rato, solo hubo una forma de conciliar el sueño momentáneo pero profundo (Y todos sabéis como).

Y, a veces, pensaba pero, ahora, vivo y siento, sin más.

Acabad bien el lunes, bastardos!


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