Parásitos.

‣ Dónde vas, bastarda?

‣ A casa de una amiga, que la semana que viene le quitan un parásito y voy a llevarle la merienda.

‣ Aixxxx, vaya plan, ¿No?

‣ Pues ya ves, le ha puesto hasta nombre, se va a llamar Arianna.

Así empezó mi reencuentro de ayer. Más de nueve meses habían pasado desde la última vez que vi a Nana.

Nana es una de esas personas que me conoce de forma íntegra y profunda como persona individual, a pesar de haberme conocido como la pareja de. Fue de las primeras personas en darse cuenta de que yo no era yo misma, si no lo que otros esperaban de mí. Siempre fue mi apoyo en días bajos y compañera de risas en días de alegría y felicidad.

Y en esos momentos en que yo era la única capaz de ayudarme a mí misma la recordaba a ella, sus palabras de aliento, su forma verme mientras tomábamos mate en la cocina o sus intentos por animarme.

A pasado tiempo de eso y ayer, al fin, volvimos a abrazarnos, con una barriga por medio, pero abrazarnos fuerte y de verdad. Como cuando pegábamos tiros jugando a la Xbox y bebíamos licor de crema de leche, o a saber que mejunje era aquel. Volvimos a reír como cuando preparábamos rosas para Sant Jordi o limpiábamos muérdago para navidad. Cuchicheamos como toda hija de vecina y chasqueamos la lengua indignadas como un par de abuelas. Y fui feliz. Muy feliz.

Porque ella es una de esas personas, que sin saberlo, me ha ayudado muchísimo a ser yo de nuevo, a tener la fuerza para seguir el camino y a creer en mi misma y en mis capacidades.  Pronto va a ser mamá y me siento orgullosa de su fuerza y su coraje…

De mayor quiero ser como ella y que ella no me falte nunca.

A ella, a ti, Gracias.