Mucho macho...

... y pocos Hombres.

Eso es pequeños bastardos, eso es lo que justamente se me acaba de venir a la cabeza pensando en esa relación que hacía Mafalda entre gente y personas.

Y no me refiero a la masculinidad cuestionable de los que se depilan los brazos o llevan más escote que yo en la fiesta de navidad de la empresa.

No

Me refiero a la pérdida de valores y capacidad de resolución, a la carencia de valentía y, sobretodo, me refiero a la falta de caballeros en nuestras tierras. Si hace unos días hablaba del vaqueros del salvaje oeste hoy os hablo de los Dúnedain del Norte.
Esos hombres valerosos para con su pueblo, galanes de sus esposas ( y otras furcias mujeres de más allá del Brezal Seco) y estrictos pero a la vez tiernos con sus vástagos cuando desperdician las bellotas de los cerdos tirándolas al riachuelo. Guerreros sangrientos y pasionales amantes de pelo en pecho. Hombres que se preocupan más por el acero de su espada que por el aspecto de su melena...


Lo sé, está que se me va de las manos esto de las comparaciones pero es que no puedo evitar ponerme épico-fantástica en estas ocasiones. Porque apenas encuentro hombres de palabra, hombres que hagan a honor a su automención de caballero; apenas quedan hombres de esos que te rozan el meñique levemente en el cine o de esos que te limpien la comisura del labio.

Sinceramente, para un apretón sirve cualquiera, pero de vez en cuando nos gusta hacernos de rogar y recibir atenciones especiales sin necesidad de haber pasado por la extirpación de algún apéndice de nuestro cuerpo.

Pero tengo esperanza, esperanza que algún día, en nuestros particulares campos del Pelennor o en nuestra oscura y oculta Morannon, habrá un hombre luchando con todas sus fuerzas y hasta el último aliento para destruir esa fortaleza que muchas nos construimos con afán de no permitir la entrada del dolor y que solo nos sirve para perdernos las cosas bonitas que pasan a nuestro lado.


Alassëa lómë!