Jeremy

Jeremy es, mis pequeñas bastardas, el hijo de Mary Ann, la humilde propietaria del colmado del pueblo.  Algo tosco, desaliñado, bronceado por el sol y lleno de hollín. Con las manos castigadas del duro trabajo y el sombrero calado hasta la nariz cuando duerme la siesta en el porche del colmado de Mary Ann.


Así es, si ayer hablábamos del Sheriff hoy rompo una lanza a favor de todos los hombres buenos, que aún quedan (Prometido).  Y es que están ahí, aunque muchas veces nos empeñemos en no verlos, están ahí.


Jeremy son todos esos chicos que te escriben algún mensaje tímido de vez en cuando preguntándote que tal te fue aquella reunión o aquellas vacaciones, te invita a un café rápido o te lleva a la piscina del barrio para pasar una mañana nublada de un verano perezoso y caluroso, el que aparece en casa con una bolsa de pipas, una Cherry Coke y unos noddles con pollo.





Jeremy es ese chico que te mira de reojo y apesadumbrado cuando le cuentas que el Sheriff te ha dejado de mirar porque hay chica nueva en el salón, y a pesar de tener el corazón hecho un nudo,  te ofrece su revólver para solucionarlo. Es ese chico que te da un beso en la mejilla cuando te deja en la puerta de casa, sana y salva.


Jeremy suele ser, ese chico, que pierdes cuando ya es demasiado tarde porque se ha cansado de ser un caballero y empieza a convertirse en Sheriff. Y todo por tu culpa.  Por no mirar más allá de las puertas del salón, por no arriesgar, por miedo. Y es que, a veces, si es demasiado tarde, nosotras mismas somos las que creamos esos monstruos.


Brindo por todos, por todos los Jeremys y todos los Sheriffs del mundo. 


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