El sábado era el día que escogimos para ir al Van Van Market que se celebraba en el Mercantic... Uno de esos sitios mágicos y deliciosos lleno de sorpresas y actividades divertidas. La historia iba de caravanas, furgonetitas y vans decoradas ya fuese con farolillos rojos, vivos colores o cactus enormes, que ofrecían diferentes recetas a cada cual más apetitosa...
Chips de yuca, hot dogs, crepes, madalenas y croquetas llenaban el recinto de miles de olores que te hacen salivar sin control. Todo decorado al dedillo, con un ambiente tranquilo y familiar, con actuaciones en esa librería de ensueño que es El Siglo...
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Poco a poco la sala se llenaba... Y yo no podía dejar de mirarle, cuando me quería dar cuenta cerraba los ojos y tarareaba las canciones que tocaba. Era como si la gente que había a mi alrededor se hubiese alejado de golpe. Laia se dedicaba a reirse viendo mis ojos secos que no querían parpadear y aprovechaba para hacerme alguna que otra foto.
La miré seria y determinante y le dije:
Quiero casarme con el. Y darle todos los cachorros que quiera.
Así, sin más, no me cabía duda. Me enamoré profundamente, suspiraba sin control y lo imaginaba todo de todas las maneras y a todas las horas.
Cuando me quise dar cuenta la música había terminado... Y solo quería fumar, salir a la calle, volver a la realidad... Qué sé yo!? Así que salí, y sí, allí estaba pero la que se acercó a hablar no fui yo, fue Laia. La timidez se apoderó de mi y una vez se había bajado de la tarima fui incapaz ni de darle las gracias por el sueño que minutos antes me había regalado.
Y vuelta al eterno... Y si...?
Bendita música, bendita forma de amar a través de ella y bendito el camino que me regala.
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