Hay amigos que huelen a sal, que saben a judías de Santa Pau
con huevos fritos y jamón, y suenan a reserva de Santa Daria.
Amigos que te abrazan como si siete años no fueran nada, que
recuerdan que los regalos más inverosímiles son tus favoritos, amigos que con
un: “Pero bueno, ¿tú estás bien?” te demuestran más que cualquier otra persona.
Amigos que se ríen con el manojo de tonterías y locuras que escribes en un blog
pensado exactamente para eso, amigos que se quedan tranquilos cuando avisas de
que has llegado a casa.
Amigos con los que hablas y hablas, sin temor alguno a
juicios y conclusiones macabras.
Y llega el día en el que te reencuentras con uno de esos
amigos y respiras. Respiras tranquila, aliviada, consolada y querida. Y ese día hablas y callas como si los años no
hubiesen pasado. Y das gracias al universo por esas personas que te mecen en su
camino haciéndolo tuyo.
A mi Master Chef, gracias.
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