Mis escapada empezó con unas siete horas al volante, risas,
unos cuantos barrancos y pantanos, pueblecitos y de repente… Arboledas
exageradamente verdes… pastos con algún animal que otro y una ciudad fresca y
llena de rincones.
Escapamos a Bilbao, con su Casco Viejo, su Gran Vía, su
paseo bordeando el Nervión… A parte de los topicazos como son el Guggenheim, la
araña y el perrete floreado, que por cierto me gustó entre poco y nada, y los
pinchos, encontré en ella algo que me hipnotizó.
Y es que cuando brilla el sol en Bilbao parece que brilla
más que en cualquier otra ciudad. Creo que es por su tonalidad entre gris y
sepia… sus constantes nubes correteando sobre ella… la lluvia fina e incesante
que hace que duermas tapada con un nórdico en pleno agosto… Todo eso hace que,
cuando despeja, parezca la ciudad más luminosa.
Eso y el casco viejo… Me declaro muy enamorada de ese
entresijo de calles llenas de gente saltando charcos, llenas de barecitos
pintorescos y restaurantes sorprendentes, de pequeños detalles en las fachadas
de las tiendas, de grandes y pequeñas obras de arte arquitectónicas y
culturales. El olor a txacoli y rabas rebozadas con harina de garbanzo hacen de
esas un laberinto maravilloso para perderse durante horas.
También nos escapamos a ver el castillo de Butrón y nos
tomamos una tentempié en la cervecería Eneperi en Bakio, con unas vistas increíbles
a la ermita de San Juan de Gaztelugatxe. Con historia incluida de la ermita:
Las esposas de los marineros construyeron 365 escaleras, en
memoria de cada uno de los días que sus esposos faenaban en el mar, para
acceder a la ermita y tocar tres veces la campana que les concedía el deseo
solicitado.
Por desgracia el tiempo no acompañó y no pudimos ir a pedir
el deseo, pero la vista fue más que suficiente.
Otro de los días nos escapamos a conocer la playa de la
Concha, en Donostia. Bonita, pero no tanto como las calles y rincones de esa
ciudad. Caí enamorada del bullicio en las calles, de las escaleras de piedra,
de la ropa colgada de una fachada a otra, del olor a mar.
Ay! El mar! Como he extrañado el mar! Nada más volver ya
estábamos organizando el domingo de playa.
En conclusión, el norte bonito para un ratito… yo, más de
una semana lejos del mediterráneo… NO.
Pero me ha sentado bien el literal cambio de aires. Tiempo para reflexionar y descansar la mente, tiempo para meditar acerca de este año que ha pasado y que empiezo a superar victoriosa. He vuelto con ganas de seguir disfrutando sin porqués y sin prejucios, disfrutar sin más.
Eso sí, gracias a mis compañeras de viaje...
Sónia, Maica y Cris por hacer de estas vacaciones toda una experiencia.
Estoy lista para el próximo viaje!
Ohh q bonito...es tan tierno como tu princesa...tkm ha sido un placer compartir este primer aunque no el último, viaje contigo
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