Jardinería.

Vuelvo... y sí, si vuelvo, es para meterme en un jardín.

En el jardín ese donde los jardineros te ponen la etiqueta de Ficus. Lo hablaba el otro día con mi buda particular y creo que era el empuje que me faltaba para volver a este rincón.

Me he dado cuenta de que yo tengo etiquetas de esas por todo el macetal, hasta en la frente diría yo. Digamos que hay diferentes tipos de jardineros pero, por lo general, se hacen los botánicos graduados para intentar regarte cuando a ellos les aprieta la temperatura.

Y como buen ficus, que te da lo mismo ocho que ochenta, esperan que aceptes sus “cuidados” esporádicos sin rechistar. Claro está que el ficus es muy recurrido… como no necesita nada, pues ya está… Aquí que viene el jardinero que quiere abonarte sin ya ni pasar por el trámite de invitarte a un mísero complejo vitamínico.

Poco importa que antes hayáis compartido plantel o algún soleado día de fotosíntesis, que si el jardinero se ha dado cuenta de que lo que quiere es un ficus poco hay que rascar.

Pero como florezcas radiante y sin contemplación de ser polinizada ya no les gusta tanto la historia. Se indignará porque hasta los ficus tienen decisión propia y pasará de ti y así, sucesivamente, con los ficus venideros.

Vamos, lo que viene ser un follamigo, pero sin ser amigos ni nada, que solo contempla el traqueteo cuando a él le pica el nabo (jardineramente hablando, siempre).


Este parece ser mi vuelta a los ruedos… o a los jardines… o a los campos de batalla intergalácticos… o a saber.


Que dicen, que nos vemos en los bares.

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