Let it go.

Lo sé... casi un mes...

Pero no me apetecía ni escribir, mis pequeños y queridos bastardos. Y es que he estado triste, vacía y asimilando muchas cosas en estos días... días de esos en los que el vértigo ataca a los pulmones y aprietan el corazón hasta que duele.

Me he sentido más sola que nunca y es que me he dado cuenta de que hay mucha gente, pocas personas y menos amigos. 

Tengo mucha suerte por los que recién llegan, que saben quien son, y por los que se quedan, pero tengo la pena de dejar ir a muchos... Por que cuando te das cuenta que aquellos a los que quieres de corazón, amigos de toda la vida, compañeros de lágrimas adolescentes, los  que saltaron contigo en los primeros conciertos y bebieron junto a ti las primeras copas, se sienten en la obligación de verte para estar apenas 10 minutos juntos... es la hora. 

La hora de dejarlos ir y la hora de dejar de preocuparse, porque esa preocupación se torna en un constante siseo en la cabeza que, ni de lejos, hace desaparecer el amargor de la soledad en la boca. Es algo que no tiene ni remedio ni vuelta de hoja. Les quise, les quiero y les querré, pero no voy a mendigar más.




Hoy resurjo. Fuerte, segura, peleona y llena de color y música. Y me he cansado de ponerme obstáculos en mi propio camino.

En esta semanas os contaré las últimas aventuras... Festivales, teatro, puesta a punto de una bici en estado vegetativo, brunchs y demás.


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