ViñaChronicles III.

Segundo día, bastardos, y amanece de nuevo  en Villarobledo.

El trasiego de gente es constante, como siempre. Se oyen guitarras y ondean banderas de diferentes poblaciones.

Y al fin se ve movimiento en la macro tienda de los vascos. Sale un adormecido norteño y me aventuro.

“Chico, estábamos preocupados ya por vuestra desaparición, pero nos fue de puta madre genial que ayer no aparecierais porque la sombra que nos regaló vuestra tienda fue gloria.” Cabe decir que aquello era más una Mega Estructura que una tienda, porque tenía dos habitaciones y un porche que podía casi medir lo mismo que mi pequeña cueva también conocida como Hogar.

Post despertares varios de La Comunidad decidimos lanzarnos a la búsqueda del café. Y empieza oficialmente el día. Unos se desperdigaron para comprar víveres y provisiones para la posterior hidratación, otros empezaron a hidratarse y otras aprovecharon que el sol daba algo de tregua para hacer ver como que practicaban Yoga en medio de esa locura.

Lo mágico de esa locura es la carencia de la noción del tiempo. Sabes dónde estás y que cuando baje el sol será el momento de la música… pero hasta entonces no hay nada más que charla, risas, cerveza, humo y poca comida. Los pájaros eran bolsas volando en grupos y la banda sonora eran burruños de voces sin ton ni son.



Después de rehidratarnos una y otra vez decidimos ir rumbo a Morannon. Y es que, pequeños bastardos míos, aquello eran las putas puertas de Mordor. Hacía calor, había ruido incesante y un reguero de gente apilotonada esperando a ser cacheada amablemente. Pero daba igual, estaba feliz, feliz de estar allí, de saberme en conciertos memorables en un rato, de la hermandad que flotaba en el ambiente por el vínculo que ya habíamos creado con los vecinos que me acogieron en el primer despertar.
Una vez conseguimos superar el control de acceso allí estábamos.



Desde Trashtucadan hasta Def con Dos pasando por Rosendo y Gatillazo pasó la noche. Pero fue más especial por la diversión que se generó entre nosotros. Entre litros de cerveza, miles de saltos a ritmo de viejos rockeros, besos color carmesí, abrazos y confesiones acerca de lo felices que éramos de habernos conocido los unos a los otros y espantadas varias a un buitre que decidió apostarse en mi hombro, llegó el momento de vaciar el depósito… En el hueco que había entre las carpas que albergaban las barras, en grupos de 4, con vigilante y en sincronía… Era la primera vez que orinaba en un sitio tan inverosímil y tan repulsivo a la vez, aunque todos sabemos…
En la guerra todo agujero es trinchera.


Cuando se efectuó el desalojo después de la actuación de Gatillazo, y ya con resaca, decidí huir con otra pelirrojísima rumbo a nuestro Resort personal. El resto siguió la fiesta pero nosotras ya no dábamos para más.


Y así matábamos otro día más, sentadas al fresco, con la nacional de fondo capturando a unos rufianes que intentaban robar y un kebab humeante.

Tres prendas térmicas más tarde me intentaba dormir sobre el lecho de piedras y el corazón en un puño temiendo amanecer en medio de la ya montaña de basura acumulada en nuestro patio trasero... intenté...



Sin éxito pero contenta.



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