Segundo día, bastardos, y amanece de nuevo en Villarobledo.
El trasiego de gente es constante, como siempre. Se oyen
guitarras y ondean banderas de diferentes poblaciones.
Y al fin se ve movimiento en la macro tienda de los vascos.
Sale un adormecido norteño y me aventuro.
“Chico, estábamos preocupados ya por vuestra desaparición,
pero nos fue de puta madre genial que ayer no aparecierais porque la sombra que
nos regaló vuestra tienda fue gloria.” Cabe decir que aquello era más una Mega
Estructura que una tienda, porque tenía dos habitaciones y un porche que podía
casi medir lo mismo que mi pequeña cueva también conocida como Hogar.
Post despertares varios de La Comunidad decidimos lanzarnos
a la búsqueda del café. Y empieza oficialmente el día. Unos se desperdigaron
para comprar víveres y provisiones para la posterior hidratación, otros
empezaron a hidratarse y otras aprovecharon que el sol daba algo de tregua para
hacer ver como que practicaban Yoga en medio de esa locura.
Lo mágico de esa locura es la carencia de la noción del
tiempo. Sabes dónde estás y que cuando baje el sol será el momento de la música…
pero hasta entonces no hay nada más que charla, risas, cerveza, humo y poca
comida. Los pájaros eran bolsas volando en grupos y la banda sonora eran
burruños de voces sin ton ni son.
Después de rehidratarnos una y otra vez decidimos ir rumbo a
Morannon. Y es que, pequeños bastardos míos, aquello eran las putas puertas de
Mordor. Hacía calor, había ruido incesante y un reguero de gente apilotonada esperando
a ser cacheada amablemente. Pero daba igual, estaba feliz, feliz de estar allí,
de saberme en conciertos memorables en un rato, de la hermandad que flotaba en
el ambiente por el vínculo que ya habíamos creado con los vecinos que me
acogieron en el primer despertar.
Desde Trashtucadan hasta Def con Dos pasando por Rosendo y
Gatillazo pasó la noche. Pero fue más especial por la diversión que se generó
entre nosotros. Entre litros de cerveza, miles de saltos a ritmo de viejos
rockeros, besos color carmesí, abrazos y confesiones acerca de lo felices que éramos
de habernos conocido los unos a los otros y espantadas varias a un buitre que
decidió apostarse en mi hombro, llegó el momento de vaciar el depósito… En el
hueco que había entre las carpas que albergaban las barras, en grupos de 4, con
vigilante y en sincronía… Era la primera vez que orinaba en un sitio tan
inverosímil y tan repulsivo a la vez, aunque todos sabemos…
En la guerra todo agujero es trinchera.
Cuando se efectuó el desalojo después de la actuación de
Gatillazo, y ya con resaca, decidí huir con otra pelirrojísima rumbo a nuestro
Resort personal. El resto siguió la fiesta pero nosotras ya no dábamos para
más.
Y así matábamos otro día más, sentadas al fresco, con la
nacional de fondo capturando a unos rufianes que intentaban robar y un kebab
humeante.
Tres prendas térmicas más tarde me intentaba dormir sobre el lecho de piedras y el corazón en un puño temiendo amanecer en medio de la ya montaña de basura acumulada en nuestro patio trasero... intenté...
Sin éxito pero contenta.
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